C. 26 No. 358 x 43 y 45 Fracc. Monte Albán

La gracia de Dios lo transforma todo

Juan 4:27-42

Autor: Luis García

Cuando Dios en su gracia salvadora toca nuestra vida, esta nunca vuelve a ser la misma. Precisamente esto es lo que experimentó la mujer samaritana junto aquel pozo de agua en el pueblo de Sicar. ¿Quieres conocer cómo la gracia del Señor transformó su vida? Veámoslo a continuación. 

De estar vacía, a estar satisfecha en Cristo. 

San Juan 4:13–18, implícitamente nos muestra que la mujer samaritana había estado buscando la felicidad y el sentido a la vida a través del romance. Sin embargo, el resultado había sido fútil, ya que ninguna de esas relaciones había podido llenar el vacío que anhelaba satisfacer. Eso cambió cuando el Espíritu Santo, por medio de las palabras que Cristo le hablaba, le concedió el nuevo nacimiento (cf.Jn.3:5-8), capacitándola para arrepentirse de sus pecados y aceptar a Jesús como el Mesías prometido (Jn.4:26-29). Esta nueva relación con el Señor sació su alma de una manera real y profunda. Ella pudo experimentar las palabras que Cristo le había dicho previamente: “…el que beba del agua que Yo le daré, no tendrá sed jamás, sino que el agua que Yo le daré se convertirá en él en una fuente de agua que brota para vida eterna” (Jn.4:14). 

De un mal testimonio, a dar testimonio de Cristo. 

La vida de la samaritana antes de su conversión no sólo carecía de verdadera felicidad, también era de mal testimonio. Esto se debía, no solo a que había tenido cinco maridos, sino a que con el que ahora vivía, no era su esposo. En otras palabras, estaba viviendo en inmoralidad sexual. Pero eso cambiaría ahora que la gracia de Dios la había tocado. Aunque el texto no lo dice de forma explícita, es correcto pensar que ahora que ha conocido la verdad del evangelio, ella renunciará a su impureza sexual para agradar a su Salvador. Lo que sí es explícito es lo siguiente. Juan escribe: “…volvió al pueblo y le decía a la gente: Vengan a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho. ¿No será éste el Cristo?” Como podemos observar, esta mujer pasó de dar un mal testimonio, a testificar de su fe en Jesús. Es interesante notar la valentía y prontitud con la que habló de su Salvador. Por supuesto, no podía ser de otra manera, ya que el gozo que tanto anhelaba ahora lo tenía en Cristo. Y no solo eso, también disfrutaba del perdón de Dios y de la vida eterna. Estas verdades la impulsaban a compartir con otros acerca de Jesús, el Cristo. Su testimonio resultó en lo siguiente: “Ya no creemos sólo por lo que tú dijiste, le decían a la mujer; ahora lo hemos oído nosotros mismos, y sabemos que verdaderamente éste es el Salvador del mundo” (Jn.4:42). Por lo tanto, descansando en que el crecimiento viene del Señor, “¡abramos los ojos y miremos los campos sembrados! Ya la cosecha está madura” (Jn.4:35).

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