Hechos: 8:9-25
Autor: Luis García
Vivimos en un mundo donde muchas personas carecen de un entendimiento correcto de Dios. No se equivoca el teólogo David Wells cuando dice que,
“Nos hemos vuelto a un Dios al que podemos usar en lugar de un Dios a quien debemos obedecer; nos hemos vuelto a un Dios que satisfará nuestras necesidades en lugar de a un Dios ante quien debemos rendir nuestros derechos y a nosotros mismos…hemos transformado al Dios de misericordia en un Dios que está a nuestra merced.”
Lamentablemente, esta realidad también se ha infiltrado en la Iglesia donde varios “creyentes” siguen a Dios por algún interés personal.
Por cierto, esto no es nuevo. En el libro de los Hechos encontramos la historia de Simón, quien después de haber creído y haberse bautizado (8:13) evidenció que su fe era falsa al querer comprar el poder del Espíritu Santo. Hechos 8:18-21 lo registra de esta manera:
“cuando vio Simón que por la imposición de las manos de los apóstoles se daba el Espíritu Santo, les ofreció dinero, diciendo: Dadme también a mí este poder, para que cualquiera a quien yo impusiere las manos reciba el Espíritu Santo. Entonces Pedro le dijo: Tu dinero perezca contigo, porque has pensado que el don de Dios se obtiene con dinero. No tienes tú parte ni suerte en este asunto, porque tu corazón no es recto delante de Dios.”
El verdadero Simón y los “simones” actuales
Simón nunca tuvo la intención de rendir su vida al señorío de Cristo. Él estaba más interesado en obtener el poder del Espíritu, hacer los milagros que veía que Felipe hacía y en otorgar ese poder a quien impusiera las manos. Pero su deseo fracasó y debido a la respuesta que Simón le da a Pedro después de que éste lo exhorta al arrepentimiento (8:22-24), desconocemos si Dios se apiado de él.
Como Simón, en la actualidad hay muchos que tienen fe en Cristo, pero no una fe salvadora en el Cristo de las Escrituras. Muchos “creyentes” de hoy solo sirven al Señor por interés. Es decir, buscan y siguen a Jesús únicamente para que él les satisfaga alguna necesidad o simplemente para que les conceda algo que desean.
Es triste, pero muchas personas que asisten a nuestras iglesias son como Simón quien, “habiéndose bautizado, estaba siempre con Felipe” (8:13), es decir, se congregan y están presentes participando, pero solo para que Cristo les mejore su calidad de vida. Estas personas que siguen a Dios por interés personal no creen en Jesucristo como el Pan que descendió del Padre para satisfacer sus vidas con una salvación eterna, más bien, solo quieren que sus necesidades físicas o deseos terrenales sean satisfechos.
Es entonces evidente que el falso creyente usa a Dios como un medio para alcanzar algún fin (felicidad terrenal, seguridad, bendición, fama, dinero, etc.), mientras que el verdadero usará todo en su vida con el fin de glorificar a Dios y gozar de Él para siempre. ¿Con cuál te identificas?
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