Hechos 28:11-16
Autor: Ana Laura Sansores de González
Es principio del mes de junio y llevamos más de dos meses en casa a consecuencia de la pandemia. Soy una persona que disfruta plenamente estar en casa, así que, la llevo bastante bien, disfruto de mi familia a cada minuto, aunque hay algunos minutos no tan disfrutables, pero esos también son providencia de nuestro Dios, con un sabio propósito.
En contraste con nuestro actual encierro, en Hechos podemos ver a Pablo continuamente de viaje, viajes largos, viajes complicados, cansados, con muchas circunstancias adversas, creo que lo que más desearía en un momento así, sería volver a estar en mi hogar, con mi familia, con las personas que me conocen y que me aman, recibir un gran abrazo y descansar, sin duda eso sería lo que más podría animarme.
Sin embargo hay algo que capturó mi atención en la narración de este pasaje y se encuentra en el versículo 15, Pablo se encuentra con unos hermanos al llegar a Roma, sí!!, por fin llega a Roma, los hermanos salen a recibirlo y Pablo al verlos da gracias a Dios y cobra ánimo.
Pablo no conocía a estos hermanos y ellos no conocían a Pablo, al menos no en persona, pero entonces ¿por qué ellos salen a recibirlo como si lo conocieran de toda la vida? y ¿por qué ver a varios desconocidos hace que Pablo cobre ánimo?
La respuesta hizo que se me enchinara la piel, Pablo realmente amaba a la Iglesia de Cristo, esas personas no eran desconocidas, eran sus hermanos, amaban y servían al mismo Dios, proclamaban a Jesús y la salvación por medio de su muerte y resurrección, ¿quiénes podrían ser más cercanos o estar más unidos que ellos?
Esta verdad es maravillosa, Dios nos ha adoptado como sus hijos, nos ha dado nombre y familia, su Iglesia. No hay personas más cercanas y con más cosas en común que los que han sido comprados y lavados por la preciosa sangre de Cristo, así que entiendo por qué Pablo cobró ánimo. Tenía todo en común con ellos, a Jesús el Salvador, existía entre ellos una unión tal que su cercanía era palpable, eran siervos del mismo Rey, esclavos del mismo Señor, hijos del mismo Padre. En resumen, eran familia y Pablo por fin estaba con sus hermanos en Roma.
Recordé entonces cómo esta verdad se aplica a nuestra vida, lo mucho que disfruto congregarme cada domingo, alzar la voz con mis hermanos para alabarle, orar en comunidad, aprender en comunidad, crecer en santidad y amor juntos; y sí, aunque soy una persona introvertida que prefiere las reuniones pequeñas, poco ruido, no tanta actividad, amo a la Iglesia de Cristo, amo a mis hermanos y los extraño profundamente. La espera por estar en estos momentos solo hizo aumentar la anticipación y el anhelo del día en que pudiéramos reunirnos nuevamente así, en familia.
Mientras ese momento se acercaba, el amor fraternal nos llevó a buscar maneras de servirnos unos a otros con oración, mensajes de ánimo, invirtiendo tiempo en llamadas telefónicas para mostrar el amor de Cristo y sumergirnos en la Palabra para que el amor de Cristo y su iglesia crezcan en nuestra comunidad.
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