Hechos 15:1-12
Autor: Óscar González Castillo
¿Qué pasaría si a tu comida favorita le quitas el ingrediente principal? ¿Y si tu película favorita no tuviera a su actor o actriz que la caracteriza? ¿Qué pasaría si al cristianismo le quitas “la gracia”? Aunque parezca un juego de palabras, cuando “la gracia de Dios” deja de ser el elemento principal, o peor aún, desaparece del panorama, entonces el cristianismo pierde todo sentido.
Pablo estaba muy preocupado porque algunas personas presionaron a los nuevos cristianos para que cumplieran los rituales de la ley mosaica como requisito para salvación. Su preocupación era tal que se dirigió a Jerusalén para discutir este asunto con los apóstoles. Pero, ¿qué tan importante era este asunto? La idea de hacer algo para ganar el favor de Dios ha estado en el corazón del hombre desde el principio de los tiempos (ver la historia de Caín y Abel). Sin embargo, hay un gran abismo entre la idea de que Dios nos acepta y bendice debido a nuestros esfuerzos y la idea de que Dios nos acepta y bendice debido a lo que Jesús ya hizo.
Puede darse el caso de dos personas que se sientan juntos en la iglesia y superficialmente hacen lo mismo: son generosos, practican obras de misericordia, asisten a la iglesia todos los domingos, son leales y fieles a sus familias, son excelentes trabajadores; pero uno de ellos está motivado por la siguiente creencia: obedezco, y entonces soy aceptado por Dios. Mientras el otro opera motivado por: Dios me acepta por lo que Cristo hizo, por eso ahora obedezco.
¿Notas la diferencia? El primero opera bajo el principio del temor. Su obediencia, en su sentido más profundo, se basa en no dejar de recibir los beneficios de ella, o peor aún, su obediencia opera bajo el temor de perder la bendición de Dios en el mundo venidero. Mientras que el segundo obedece movido por gratitud al saber que ha sido bendecido en Cristo.
Ahora bien, ¿por qué es importante esto? Dejar fuera la gracia de Dios nos lleva a errores graves, no solo doctrinales sino también funcionales. Doctrinalmente cuando obedecemos para recibir el favor de Dios, realmente estamos menospreciando el sacrificio de Cristo como suficiente para ser aceptos ante el Padre. Este error doctrinal se nota funcionalmente cuando la obediencia produce orgullo, autosatisfacción y menosprecio contra aquellos que no cumplen con mis estándares de obediencia. Cuando cometo errores nos inclinamos a pedir misericordia, pero cuando otros cometen errores similares exigimos juicio. Aún dentro del cristianismo, muchas veces se cree que somos salvos por creer la doctrina correcta o por pertenecer a cierta tradición denominacional, pero no es así. Creer esto equivale a despreciar la gracia pues se abraza un evangelio de obras.
He aquí lo elemental de la gracia. Sin ella es imposible relacionarnos con Dios de manera real, y al mismo tiempo es imposible relacionarnos con otros de forma genuina. Sin la gracia el cristianismo es una religión más, que enseña lo que el hombre debe hacer para llegar a Dios y olvida lo que Él hizo para rescatar al hombre pecador.

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